Paola Marín Barrera
Una hormiga puede levantar hasta 80 veces su
peso o eso lo había dicho el abuelo, una tarde de sábado, sentados bajo la mata
de mango que está al fondo del jardín. Esa tarde, el abuelo le hablo mucho de
las hormigas y de que tienen el corazón dónde debería ir la pansa, de que son
muy inteligentes y se organizan en algo llamado jerarquía; y cuando cayó la
noche vieron una estrella fugaz. Todo ese rato, Luís solo pensaba en las
hormigas, en lo fortísimas e inteligentes que eran, y en lo asombroso que sería
armar su propio ejército de hormigas. Ya se imaginaba comandando sus tropas a
lo largo de la calle, a lo ancho de la ciudad, a lo inmenso del mundo. Irían
dominando y absorbiendo hormigueros y cuando todas las hormigas fueran sus
hormigas y él fuera el amo y señor de todos los todos, porque como era obvio,
la gente se rendiría ante el gran poder de su invencible ejército. Cuando eso
pasara, ya no tendría que ir más a la escuela y Pati dejaría de echarle en cara
que a ella sí la dejan tener un perro. Cómo si los perros fueran la gran cosa.
Son babosos, peludos, inquietos, siempre hay que andarlos sobando y hay que
pasearlos y un buen montón de cosas, pero las hormigas, más que
autosuficientes, son eficientes. Así le decía a la mamá mientras intentaba
convencerla de que le regalara una granja de hormigas para su cumpleaños. Y por
esas mismas razones, suplicó a la estrella fugaz por su glorioso ejército aún
no conformado. Tanto acosó a su madre que esta al fin, cedió, agotada, sino que
traumatizada por el estrés que tanta presión le había ocasionado, así contaba a
sus amigas en la reunión semanal de la junta de vecinas, después de tratar los
asuntos de la junta y antes de la lotería.
A partir del momento en que Luís puso sus manos
sobre la granja, todo él se empezó a volver lentamente en insecto, en principio
solo pequeños detalles, qué si el andar, qué si lo repetitivo, nada estrafalario.
Luego ocurrieron cambios más radicales: laborioso e impecable, se levantaba con
el sol, tendía su cama sin necesidad de pedírselo, cepillaba sus dientes y
hacía la tarea. Al principio hablaba poco, después hablaba lo necesario y
cuando se quedaba a solas con las hormigas, se diría que ni respiraba, porque
en aquella habitación nada se oía, salvo el leve crujir de la silla en la que
Luís se sentaba a observarlas. Su madre angustiada llamó al abuelo y este a su
vez, a sabiendas de que podría ser nada, le aseguró que el siguiente fin de
semana se quedaría con ellos. Durante su visita, comprendió a lo que su hija se
refería. Luís, en efecto, había cambiado, pero ¿qué tanto? Así son los
muchachos, siempre andan con algo entre manos, es parte de crecer. Al
despedirse, le preguntó a Luís por qué tanto silencio. Luís le respondió que
era parte del proceso para formar su ejército de hormigas, para que se
acostumbraran a él tuvo que adaptarse a ellas y al parecer había dado
resultado, así que lo mantendría un tiempo más, sabía que su mamá se preocupaba,
pero estábamos hablando de la dominación mundial y uno tiene que saber
priorizar. El abuelo sonrió compasivo y besó su frente y Luís volvió a su
puesto frente al alto recipiente de vidrio dónde cientos de hormigas se movían
por intrincados túneles, ampliando el hormiguero, alimentando a la reina.
Cuando cesaron las lluvias, Luís consideró que
ya era hora de ampliar su poderío y envió a la guerra a sus bien entrenadas
hormigas por lo que “la granja”, como tal, se volvió obsoleta, innecesaria. Su
mamá, quien ya estaba más que preocupada por lo atípico de su comportamiento,
se extrañó de no ver la pecera llena de tierra sobre el escritorio, pero con lo
mucho que la alivió, ni mencionó el asunto. Esa noche sirvió doble porción de
helado para el postre.
Lo que la
mujer no se esperaba era que tres meses más tarde, Luís le informara que, al
día siguiente, después del desayuno, se marcharía de casa pues era su misión
dominar el mundo al frente de su ejército de hormigas. Ella le preguntó si no
quería que le preparara el almuerzo para el viaje y él, de buena gana, le dijo
que sí, que un líder necesita almorzar. Como ya era costumbre, Luís no conversó
mucho más y en cuanto terminó de comer se fue a preparar su mochila para la
campaña del día siguiente.
Se levantó con el segundo cantar del gallo y
mientras su mamá le empaquetaba una arepa con carne para el camino, ya Luís se
encasquetaba la gorra azul de los navegantes. Se despidió de su mamá con besos,
le dijo que le enviaría una postal, se plantó en medio del jardín y esperó y
esperó y su mamá ya empezaba a reírse y él allí esperando, quejándose de la
impuntualidad, y su mamá ya más risueña a punto de ir a su encuentro y
consolarlo en su decepción y en eso la tierra se empezó a desbaratar y de cada
rincón del jardín salían hormigas y todas iban hacia luís y lo cubrían y él
sonreído y la mamá horrorizada, contendiendo las lágrimas, pero Luís con la
sonrisa grande y en silencio, parado como un sultán sobre su alfombra de
hormigas, atravesando la calle, en vías a dominar el mundo.
genial !!
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