Helí Rafael Colombani Bianchi nació el 10
de septiembre de 1932 en Irapa, Edo.Sucre.
Estudió la primaria en su pueblo natal,
luego continuó su formación académica en Maracay, Edo. Aragua y la concluyó en
la Escuela Experimental Venezuela de Caracas; el bachillerato lo cursó en el
liceo Andrés Bello en Caracas; y los estudios superiores los hizo en la
Universidad Central de Venezuela (UCV), cursando la carrera de derecho. Más
tarde comenzó a colaborar en las siguientes publicaciones: las revistas Élite,
Ellas y Variedades; los diarios, La Esfera, Últimas Noticias, El Nacional, La
República, La Calle y Antorcha, donde tuvo la columna “Diario de un
viajante”.
Fue Asistente del escritor Efraín Subero
para la elaboración de las Obras Completas del maestro Luis Beltrán Prieto
Figueroa, secretario del ministro de Relaciones Interiores Luis Augusto Dubuc,
empleado de la imprenta Nacional y del Congreso Nacional, hoy Asamblea
Nacional, miembro de la Asociación de Escritores de Venezuela, de la Federación
Latinoamericana de Escritores, de la Asociación Venezolana de Periodistas, de
la Asociación Venezolana de Autores y Compositores y director del Ateneo de El
Tigre y de la Casa de la Cultura Simón Rodríguez de El Tigre, Edo. Anzoátegui.
Durante el gobierno de Marcos Pérez
Jiménez vivió exiliado de Venezuela en varios países suramericanos y en España.
La obra poética y ensayística de Helí
Colombani ha sido recogida en varios libros: Poemas para rezar de noche
(1953); Irapa (dios de la ira); Noticiero (1957); Voz que rasga el silencio
(1960); Hoy me levanto y te digo (1963); En ejercicio de mí (1968); Yo, mi
perro y otras cosas (1970); Breve homenaje a Lorca (1976); Memorias precipitadas
(1978); Reportaje sensacional (1979); entre otros.
Helí Colombani falleció en Caracas, el 20
de junio de 1992.
Fuente: Con información del blog Venezuela
e Historia, de Sonia Verenzuela T. Enlace: http://venezuelaehistoria.blogspot.com
Tarjeta
de navidad
(fragmento)
Por ahora
se hace necesario
buscar el rastro de todas las
figuras
que trasciendan su fe de torpe
aliento.
Y esperamos aquellas que no
dicen
lo amargo de la hora,
las que cantan la paz que no
es posible,
las que sudan su amor
inencontrado,
las que muestran colores
invisibles
y zurcen de promesas
el volcán que se agita y no
renace.
Esta que escribo
tendré que fabricarla con mis
manos,
hacerla con la púrpura
escondida,
trasegarla
al mundo que circunda los
espectros,
y decirla
muy bajo,
con el tenue silencio,
con visión de algún dedo sobre
el labio.
Porque ya del dolor duele la
herida,
quedará sólo el verbo
o el susurro de voz con que
hablamos.
Callad, hermanos.
Llevad también el índice a la
boca
y escuchad en mi abrazo
la pasión que entre ángulos
obliga
a quitar telarañas,
a abrir surcos de luz que se
iluminen,
a esperar
que en las costas nos llegue
el contrabando
con la simple tarjeta de un
poeta,
con esta voz: Libertad, que
hay que decir
muy bajo,
calladamente,
con media luz y miedo entero,
no vaya a ser oído
ese vocablo.
Entre los hoy que vemos
y los mañana que siempre hemos
luchado,
recibid la tarjeta
y escondedla
bajo el chaleco negro,
abotonado.
Muy bueno.
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