Compases y Cantos

Concierto Oriental. Por Eudin Ramos.




Hay lugares con sonidos desafiantes, de belleza común y remota, donde se conjugan la voluntad de un viaje todo con la variedad contrastante del dulce y el mar, el hilo que conduce esta poliédrica dimensión es el conflicto musical, que más que conflicto, es la contradicción propia de la belleza. En el oriente de Venezuela hay una bárbara belleza, una sutil belleza, un silencio de espanto, y el acorde de un sol azafranado. Así como Carpentier hizo un Concierto Barroco total en su obra (su obra total) en Diario de Venezuela plantea un debate estético, donde la música es el eje de su mundo. Parece existir una relación inexcusable entre las letras y las notas, que se revela en todo ámbito y en todo tiempo. Sin embargo, el mundo musical en sí, y para sí, es un universo, y cada estilo y forma son como pequeñas estrellas alumbrando su propio cosmos; algo así ocurre, con nuestra música oriental.  La música oriental es como su gente: amplia, amable, abierta, alegre, nostálgica, cálida, mestiza, apacible. Salada.  Como  el café, el cacao, el tabaco, la caña… Así es el Galerón, el Joropo, la Jota, la Décima, la Fulía, la Malagueña, el Golpe… los Velorios de Cruz. Así son el cuatro, las maracas, la cuereta, la mandolina, la caja… y es que esta tierra se oye y se ve como un laberinto insaciable de dulce y calor, erótico fulgor. Se expone desde las alturas de un Morocho Fuentes que no hace música con las manos sino con la cabeza, un Hernán que es un Yamarai, desde el encanto de Martha Pinto, de las manos mielíferas de Amada Rojas, desde el océano de María que hace del canto una sirena mítica, desde las manos de Beto Valderrama tejiendo la voz de Francisco Mata, a Cruz Quinal “morocheando” las mandolinas, y a Margarita hospedando el cantar de José  Villafranca…El joropo con la elegancia de su baile, y el empeño de no levantar polvo, se encuentra con El estribillo, logrando simetrías, siendo amiga de los círculos, y de una curiosidad geométrica llamada Escobillao. La gracia y el galanteo vienen con La Guacharaca. Y después del galanteo… el cotorreo. Todo se encuentra en un gran concierto desde la costa Caribe de nuestras orillas, donde confluyen la melancolía y el encanto de varios pueblos, que se convocan desde sus sonidos. Unidos por un color azul,  abarcando una simbólica lejanía, que abrazó el romance, pero también la fuerza entrañable de los abrazos, el abandono y el silencio, y todo eso, es música. Y la música del oriente, es como las olas de su mar. Y como esto es apenas una invitación, los invito a indagar en nuestra escamoteada riqueza musical, tan valiosa y robusta, como lejana y caprichosa. Bienvenidos a nuestros primeros compases.

Autor: Eudin Emilio Ramos Hilarraza 

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