En Retrospectiva

“No sé que aya abido tan grande victoria en el mundo”


La guerra de la sal entre Holanda y España tuvo su conclusión en 1623. En esta última etapa, participaron más de cien naves holandesas en el ataque al Castillo de Araya

Rafael I. Dávila P.

El 27 de noviembre de 1622, los vigías españoles del monte Maurica en Araya avistaron una flota muy numerosa de 43 urcas que avanzaba entre la costa firme y la isla de Coche con destino a la salina, y ante la inminente batalla, el Gobernador Arroyo y Daza se dispuso a hacerles frente desde la incompleta fortaleza de Santiago de Arroyo de Araya, iniciándose el combate el martes 28 de noviembre, cuando la nave capitana holandesa y otros barcos, se acercaron al fuerte para batirlo a cañonazos. A pesar de responder de igual manera, con fuego de artillería, los cañones españoles no lograron alejar los barcos enemigos quienes repitieron el bombardeo al día siguiente, mientras que otras naves de la flota desembarcaban más de mil hombres para el asalto por tierra, a cuyo peligro respondió el Gobernador ordenando construir una trinchera para reforzar la defensa del sitio probable por donde el enemigo atacaría la fortaleza.

En su Relación de las Victorias que don Diego de Arroyo y Daca, Governador y Capitán General de la Provincia de Cumaná tuvo en la gran salina de Arraya (sic) en 30 de Noviembre del año pasado de 622 y a treze de enero deste año (1623), contra ciento y cuatro navíos de Olandeses el Gobernador Arroyo narra la batalla de la siguiente manera:

El atacante comenzó la carga con mosquetería, y al acercarse al fuerte pregonando victoria solicita la rendición de los españoles. La defensa ordenó una carga al enemigo, y logró detenerlo cuando ya estaban a medir picas sobre el mismo trincherón. (…) En el momento más duro de la acción se oyó una voz que anunciaba la muerte del general enemigo así como la de quien traía la bandera, lo que animó más a los defensores; y ante los continuos y duros ataques de éstos, los holandeses, que habían tenido mucha bajas volvía a espaldas, y a gran priesa y sin orden se fueron retirando a sus lanchas que habían dejado con gran escolta de gente.

Por lo que Arroyo y Daza, al observar que los enemigos comenzaban a flaquear, arremetió contra ellos hasta empujarlos a sus navíos, los cuales en virtud de que el viento era escaso, fueron castigados inclementemente por las únicas 6 piezas de artillería que le quedaban a los españoles, quienes lograron echar a pique al menos a 3 urcas, averiando severamente a la Capitana y a la Almiranta, que eran los barcos más cercanos al fuerte. Una vez levaron anclas los enemigos, los españoles pudieron recibir refuerzos de Cumaná y de Margarita, “éstos últimos en número de ciento cincuenta hombres enviados por el Gobernador de la Provincia Rodríguez de Villegas. Todos se sumaron a las defensas. El 2 de diciembre los vigías avistaron que venían diez y seis naos por el canal de Tierra Firme y Coche. Al día siguiente la capitana echó bandera de consejo y a mediodía se vio salir una lancha a la vela con una bandera blanca a la vuelta del fuerte”. Los holandeses escribieron al Gobernador español que rindiera el castillo y “que de no hacer lo que le pedía le había de degollar, a él, y a todos cuantos había en el fuerte”, e igualmente pocos días después, le mandaron otra carta con “muy grandes amenazas, si no le dejaban sacar sal de la salina y que dexándoselo sacar serían grandes amigos y le regalarían mucho”. Arroyo se contentó con responder —según él mismo dice— como leal vasallo de su Majestad que: “Su Rey le tenía allí puesto para defenderles que no tomasen sal, y que no podía conceder con lo que le pedía, sino pelear hasta morir, y que no volviesen a enviar mensaje alguno, porque habría de ahorcar al que lo trajese”. Con lo que, roto el diálogo, y tras tenerlos sitiados durante 16 días sin lograr su rendición, el 8 de diciembre de 1622 los holandeses se marcharon.

Al mes siguiente, el 13 de enero de 1623 llegaron otras 41 urcas holandesas frente a Araya. “Sólo uno de ellos, si hemos de creer al informe de Arroyo Daza, lanzó más de 1.500 balas contra el Fuerte” (“Relación de las Victorias que don Diego de Arroyo y Daca…”. Carlos Felice Cardot), durante dos días sin lograr su rendición. Para entonces, los españoles habían adquirido mayor precisión en sus disparos y obligaron a los holandeses a retirase para ponerse fuera del alcance de su fuego y, finalmente, a regresar a Holanda sin poder cargar la sal. Para entonces, 106 urcas holandesas habían hecho el viaje a la salina enfrentándose al castillo y regresado a Europa sin sal.

Sin ninguna duda, el Gobernador Arroyo y Daza podía sentirse orgulloso de su acción bélica. Según sus cálculos había impedido a los holandeses obtener una ganancia de dos millones de ducados, sólo por concepto de la venta de sal: ‘porque en Holanda hacen de una desta tres, y la venden cada fanega a cuatro o cinco ducados, y benefician sus cosechas de pescados, queso y manteca y cecina, de que hinchan todo el mundo’. Con ayuda de un escribano público el Gobernador contó las bajas de sus enemigos y sumaban más de 300. Muchos más que las de los españoles. El fuerte en Araya había sido una barrera en extremo efectiva, y su defensa una acción heroica y desigual que había rendido enormes frutos. Exaltado por su victoria, en carta al Rey Felipe IV, enviada desde Cumaná el 15 de abril de 1623, el Gobernador Don Diego de Arroyo y Daza se vanagloriaba de su éxito escribiendo sin modestia: ‘no sé que aya abido tan grande victoria en el mundo’.

Tomado de: LA SAL: OBJETIVO CODICIADO POR HOLANDA EN LAS PROVINCIAS DE NUEVA ANDALUCÍA Y VENEZUELA DURANTE EL SIGLO XVII

Tiempo y Espacio vol.25 no.64 Caracas dic. 2015



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