Andrés Álvarez
Andrés Álvarez es un joven escritor cumanés.
Estudiante de Educación, mención Idiomas Modernos, en la Universidad de
Oriente. Hasta el momento, sus textos permanecen inéditos.
Ya
era muy tarde para el momento en que reunió suficiente fuerza para levantarse.
La flojera y el sueño lo ataban a la cama. Esa cobija que lo protegía de los
mosquitos tenía un efecto tan cautivador sobre los relieves y valles de su
cuerpo, lo mantenía en un tierno forcejeo para escapar de aquel abrazo.
La
noche estaba calurosa y mucho más oscura que de costumbre. Un cielo nublado era
lo único reconocible a través de la ventana de la pequeña habitación. El suelo
tenía una textura extraña. No conseguía percibir ruido alguno. Ni un grillo. La
falta de visión alteraba todos sus sentidos.
Ya
no recordaba cuántos pasos lo separaban de la puerta. Tampoco sentía la
confianza necesaria para descubrirlo. Sin embargo, levantarse lo impulsó, con
miedo, a averiguar la cantidad exacta. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y
sie… Frenó con la puerta. La abrió y ésta emitió un ruido que tensó todos los
músculos de su cuerpo. Se rompió el silencio de la noche.
Caminó
lentamente con las manos al frente. Reconociendo poco a poco las paredes que
dividían un estrecho pasillo de la sala común. Se sorprendió de que el ruido de
la puerta no despertara a sus padres, y su sorpresa fue mayor al darse cuenta de
que las fuertes respiraciones que con frecuencia emanaban desde la habitación
al fondo del pasillo no se escuchaban.
Se
detuvo al entrar en la sala común. Había pisado algo viscoso y eso lo puso más
nervioso. No era posible que eso estuviera ahí antes de que se fuera a la cama.
Recordaba haber visto las cerámicas limpias a solo momentos de apagar las
luces. Lentamente, cruzando la habitación con los pies bañados en esa sustancia
desconocida, fue en búsqueda del interruptor que le daría claridad a la
situación.
Lamentablemente,
tropezó con algo grande. Un objeto macizo. Se fue directo contra el suelo, o al
menos eso era lo que creía, pues aterrizó sobre otros objetos con la misma
contextura. Estaban tibios. Se sintió aliviado por un momento por no caer en
seco al suelo. Un olor fuerte le hizo sentir que sus fosas nasales se quemaban,
la esencia común de un baño público. Su estómago se revolvió.
Intentó ponerse de pie;
fue en vano. Aunque ahora sí notó cierta característica curiosa sobre esos objetos
en los que había caído. Se sentían algo familiares. Tanteando en la oscuridad
se dio cuenta de aquellas texturas: cabellos, piel cortada, huesos rotos. El
hedor se hacía más fuerte. Sus nervios lo hicieron estremecerse, pero no emitió
ruido alguno.
Se mantuvo callado
hasta que un sonido, llamó su atención. Era como si alguien golpeara un objeto
metálico contra la cerámica del suelo. El hedor era ya insoportable, tanto que
lo hizo emitir un suspiro agónico, en busca de aire limpio.
Las
luces se encendieron de golpe. Su vista no se acomodó enseguida, pero escuchó
pasos que venían, muy despacio, en su dirección. Trató de moverse, pero su
cuerpo no respondía. Estaba mareado y ciego, una mala combinación. Sabía qué
pasaría después.
Lo
único que pudo oír antes de que el pánico lo obligara a lanzar un grito
desesperado fue el sonido de un vaso rompiéndose en la cocina.
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