
Si se forzase a los historiadores a
designar el más decisivo protagonista de los convulsos procesos que, en las
primeras décadas del siglo XIX, condujeron a la emancipación de la América
Latina, no hay duda de que resultaría elegido el militar y estadista venezolano
Simón Bolívar (1783-1830), justamente honrado con el título de «Libertador de
América». Tras no pocos reveses, Simón Bolívar lideró las campañas militares
que dieron la independencia a Venezuela, Colombia y Ecuador. Y al igual que
otro insigne caudillo de la independencia, José de San Martín, Bolívar
comprendió la ineludible necesidad estratégica de ocupar el Perú, verdadero
centro neurálgico del Imperio español. Las victorias de Bolívar en la batallas
de Junín y de Ayacucho (1824) significaron la caída del antiguo Virreinato, la
independencia de Perú y de Bolivia y el punto final a tres siglos de dominación
española en Sudamérica.
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios nació en Caracas el 24 de julio de 1783. Venezuela era entonces una Capitanía General del Reino de España entre cuya población se respiraba el descontento por las diferencias de derechos existentes entre la oligarquía española dueña del poder, la clase mantuana o criolla, terratenientes en su mayoría, y los estratos bajos de mulatos y esclavos.
Los criollos, a pesar de los
privilegios que tenían, habían desarrollado un sentimiento particular del «ser
americano» que los invitaba a la rebeldía: "Estábamos (explicaría Bolívar
más tarde) abstraídos y, digámoslo así, ausentes del universo en cuanto es
relativo a la ciencia del gobierno y administración del Estado. Jamás éramos
virreyes ni gobernadores sino por causas muy extraordinarias; arzobispos y
obispos pocas veces; diplomáticos nunca; militares sólo en calidad de
subalternos; nobles, sin privilegios reales; no éramos, en fin, ni magistrados
ni financistas, y casi ni aun comerciantes; todo en contravención directa de
nuestras instituciones".
Entre los valles de Aragua y la ciudad
de Caracas discurrió la infancia y parte de la adolescencia del joven Simón. Tuvo
la suerte de formarse con los mejores maestros y pensadores de la ciudad;
figuraban entre ellos Andrés Bello, Guillermo Pelgrón y Simón Rodríguez. Fue
este último, sin embargo, quien logró calmar por instantes el ímpetu nervioso y
rebelde del niño, alojándolo como interno en su casa por orden de la Real
Audiencia, lo cual sería la génesis de una gran amistad. Pero ni el apego al
mentor ni el ingreso en la milicia fueron suficientes para aquietar al
muchacho, y sus tíos decidieron enviarlo a España a continuar su formación.
Corría el año 1799 cuando Bolívar
desembarcó en tierras peninsulares. En Madrid, a pesar de seguir sus estudios,
el ambiente de la ciudad le seducía: frecuentaba los salones de lectura, baile
y tertulia, y observaba maravillado la corte del reino desde los jardines de
Aranjuez, lugar éste que evocaría en sueños delirantes en su lecho de muerte. Conoció
a María Teresa Rodríguez del Toro, con quien se casaría el 26 de mayo de 1802
Inmediatamente después de la boda, los recién casados se trasladaron a Caracas
y, a pesar de los resquemores que canalizaban los criollos a través de sus
conspiraciones, Bolívar permaneció junto a su esposa, llevando una vida
tranquila. Esta serenidad conyugal, sin embargo, no duraría mucho: María Teresa
murió pocos días después de haberse contagiado de fiebre amarilla, en enero de
1803. Bolívar, desilusionado, decidió alejarse y marchó nuevamente a Europa.
Mientras el caraqueño Francisco de
Miranda, desde Estados Unidos y las Antillas, reunía pacientemente apoyos para
una expedición militar que diese la independencia al país, los acontecimientos
en Venezuela comenzaban a tomar aires de revuelta.
En 1808 Bolívar se había ya
incorporado a las actividades conspirativas. Ese mismo año tuvieron lugar
gravísimos sucesos en la metrópoli: Napoleón invadió la península, mantuvo
retenidos en Bayona a Carlos IV y a su hijo Fernando VII y dio la corona a su
hermano José I Bonaparte. Tal usurpación desencadenó la Guerra de la Independencia
Española (1808-1814).
La situación era propicia para que
Martín Tovar y Ponte, entonces alcalde de Caracas, presentara a la Capitanía
General un proyecto para crear una junta de gobierno adscrita a la Junta
Suprema de Sevilla, expresando así las demandas criollas de participación
política. Enterado de la situación, Bolívar abrió las puertas de una casa de
verano familiar (la Cuadra de Bolívar) para acoger las reuniones. Se negó
categóricamente a participar en cualquier alianza; para él, debía clamarse por
la emancipación absoluta.
En las vísperas del jueves santo de
1810, arribaron a la ciudad los comisionados del nuevo Consejo de Regencia de
Cádiz, órgano de gobierno que actuaba en la península en sustitución de
Fernando VII, tras haber relevado a la Junta Suprema. Fueron recibidos por
Vicente Emparan, máxima autoridad colonial en tanto que gobernador y capitán
general de Venezuela, pero al día siguiente los criollos lo sitiaron y lo
obligaron a dirigirse al cabildo. La mitología venezolana recoge de esta fecha
(19 de abril de 1810) el instante en el cual Vicente Emparan se asomó al balcón
del cabildo de Caracas para interrogar al pueblo enardecido acerca de su
predisposición a continuar aceptando su autoridad, con el clérigo José Cortés
de Madariaga detrás de él haciendo señas con el dedo al pueblo para que
negasen. Tras un rotundo "¡No!" por parte de la población, Vicente
Emparan cedió: "Pues yo tampoco quiero mando".
Comenzaba así la famosa revuelta
caraqueña que, sin proponérselo, daba inicio al proceso de independencia de
Venezuela. Se constituyó la Junta Suprema de Venezuela, órgano gubernativo
teóricamente fiel al rey Fernando VII que, entre otras disposiciones, nombró a
Simón Bolívar coronel de infantería y le asignó la tarea de viajar a Londres,
en compañía de Andrés Bello y Luis López Méndez, en busca de apoyos para el
nuevo gobierno.
El momento clave en ese viaje fue su
entrevista en Londres con Francisco de Miranda, ideólogo y visionario de la
independencia de América, quien ya había ideado, entre otras cosas, un proyecto
para la construcción de una gran nación llamada «Colombia», que había de reunir
en su seno a todas la antiguas colonias, desde México hasta Chile y Argentina.
Bolívar se empapó de las ideas del gran precursor y las reformuló a lo largo de
una campaña que duraría veinte años.
Bolívar regresó a Caracas convencido
de la misión que había decidido atribuirse. Miranda no tardaría en seguirlo; su
figura era algo mítica entre los criollos, tanto por el largo tiempo que había
pasado en el exterior como por su participación en la independencia de
Norteamérica y en la Revolución Francesa. Casi nadie lo conocía, pero Bolívar,
convencido de la utilidad de Miranda para la empresa que se iniciaba, lo
introdujo en la Sociedad Patriótica de Agricultura y Economía, creada en agosto
de 1810.
Partidarios a ultranza de proclamar
una independencia absoluta para Venezuela, Bolívar y Miranda instaron a los
miembros de la Sociedad Patriótica a pronunciarse en ese sentido ante el
Congreso Constituyente de Venezuela, reunido el 2 de marzo de 1811. Fue a propósito
de ello que Bolívar dictó su primer discurso memorable: "Pongamos sin
temor la piedra fundamental de la libertad suramericana. Vacilar es
perdernos". El 5 de julio de 1811, el Congreso Constituyente declaró la
independencia y se aprobó la Constitución Federal para los estados de
Venezuela.
La primera República se perdió como
consecuencia de las diferencias de criterios entre los criollos, de los
resentimientos entre castas y clases sociales, y de las incursiones de Domingo
Monteverde (capitán de fragata del ejército realista) en Coro, Siquisique,
Carora, Trujillo, Barquisimeto, Valencia y, finalmente, Caracas. Estaba claro
que una guerra civil iba a desatarse de inmediato, pues la empresa en cuestión
era todo menos monolítica. Bolívar tomaría conciencia del carácter clasista de
la guerra y reflexionaría sobre ello a lo largo de todas sus proclamas
políticas.
Bolívar libró unas cuantas batallas,
incluso desobedeciendo órdenes, y bajo el mismo procedimiento inició su
arremetida hacia Venezuela. En mayo de 1813 emprendió la «Campaña Admirable»,
gesta que consistió en la reconquista de los territorios del occidente del país
(mientras, de forma simultánea, Santiago Mariño tomaba los de oriente) hasta
entrar triunfalmente en Caracas en agosto del mismo año. A su paso por Mérida
le llamaron «el Libertador», y con ese título fue ratificado por la
municipalidad de Caracas, que lo nombró, además, capitán general de los
ejércitos de Venezuela. Pero la Segunda República iba a ser, en esencia, tan
efímera como la primera.
La reconquista de Venezuela tardaría seis años en conseguirse. Las expediciones se iniciaron en la isla Margarita y continuaron su escalada por el oriente en dirección hacia Guayana. La batalla de San Félix (1817) dio a los independentistas la región de Guayana y la navegación por el Orinoco. En 1819, Bolívar emprendió la Campaña de los Andes, y, tras derrotar a los realistas en la batalla de Boyacá (7 de agosto de 1819), obtuvo el control de las Provincias Unidas de Nueva Granada (la actual Colombia), que habían caído en manos de los españoles en 1816. Finalmente, la victoria en la batalla de Carabobo (24 de junio de 1821) selló definitivamente la independencia de Venezuela y Colombia.
Bajo su impulso medio continente había
alcanzado la independencia, pero, pese a haber reflexionado largamente sobre la
forma de gobierno que convenía a los territorios americanos, ni la fortuna ni
la clarividencia le acompañarían en su acción política. Bolívar abogó en todo
momento por la edificación de un Estado centralista que lograra cohesionar
aquello que, en virtud de una heterogeneidad racial, cultural y geográfica de
la que era muy consciente, no resistía la perfección de una federación; pronto
se puso de manifiesto, sin embargo, que el proyecto de mantener unidas en confederación
a las nuevas naciones era una quimera.
Si bien logró todavía aplacar la
sublevación de la Cosiata (1826), Bolívar intentó luego evitar la desmembración
de la Gran Colombia invistiéndose de poderes dictatoriales (1828), lo que sólo
sirvió como pretexto para que, el 25 de septiembre del mismo año, se perpetrase
un atentado fallido contra su persona que minó profundamente su moral. Todo era
inútil: el general victorioso en las luchas por la libertad de las naciones se
veía vencido en aquella nueva etapa de lucha para la verdadera construcción de
las mismas. El 27 de abril de 1830, Bolívar presentó su renuncia ante el que
sería el último Congreso de la Gran Colombia. Las pugnas caudillistas y
nacionalistas desbarataron toda posible conciliación y condujeron a la
separación de Venezuela y Ecuador.
Durante los meses que precedieron a su
muerte, el Libertador había de evocar constantemente su amarga derrota
política. Recordaba a su último amor, Manuela Sáenz, que al salvarle la vida en
el atentado del 25 de septiembre de 1828 se había ganado el título de
«Libertadora del Libertador»; también evocaba otros amores y otros atentados.
Lloraba la muerte de Sucre, el fiel lugarteniente asesinado el 4 de junio de
1830 en Berruecos; recordaba y deliraba, y así murió, solo y defenestrado de
los territorios que había liberado, por causa de una hemoptisis, en la Quinta
San Pedro Alejandrino, el 17 de diciembre de 1830. En 1842 el gobierno de
Venezuela decidió trasladar los restos de Bolívar, según su último deseo. Desde
entonces, su legado ha devenido mito y veneración como fundador de la patria.
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